En el claro del
bosque, bajo el sol abrasante,
vi al joven de rizos como el trigo brillante.
Sus ojos cual cielo al mediodía sereno,
y su risa prendió mi corazón sin freno.
No dijo más que un "buen día", para que en mi pecho ardiera constante.
Por él suspiro velas y lunas enteras,
aunque solo me lleve mis pobres quimeras.